En nuestra búsqueda, siempre inconclusa, del Padre, Jesús nos enseña a orar y nos toca como a los discípulos decirle: Señor, enséñanos a orar así como Juan enseñó a sus discípulos. El les dijo: Cuando oren digan: Padre..." (Lc 11,1-2).
Porque tú eres, Jesús, hombre de oración y modelo de tu amistad con el Padre, y con el hermano. Como discípulos nos unifica un mismo deseo: Aprender a orar como Tú. Enséñanos este medio de comunión filial y fraterna.
¿Quién es Dios? ¿Quién soy yo? En tu oración con el Padre, Tú respondes a estas preguntas que todos nos hacemos. Tu vida entera transcurre con aquel en quien puedes apoyar del todo tu existencia, con el Padre cuyas palabras, revelan tu identidad: "Tú eres mi Hijo, el amado; tú eres mi Elegido" (Lc 3,22).
Pero son muchísimos todavía los hijos que no han escuchado la voz del Padre diciéndoles: Hijo, ¿por qué vives solo? ¡Cuánto tiempo he esperado para oír tu voz! Hijo, te tengo siempre en mente, está grabado tu nombre en mi palma y no te puedo olvidar (Is 49,16). Y por mucho que vas buscando, aún negando que soy tu Padre, tú siempre eres hijo para mí.
A muchísimos el Padre no puede decir: Hijo, te he visto sin sentido, viviendo un vacío total, mendigando amor (Lc 15,11-32). Hijo, no puedes ser tan ciego, y olvidar que eres precioso para mí, hasta dar por ti mi vida. Tan solo quiero que en tu corazón me reconozcas como Padre; tan solo quiero oír de tus labios una palabra: Padre.
¿Aprendo en la oración a decir Padre, y a saberme hijo?
¿Quién es la gente, desde Ti, Jesús? Son hermanos de los que no se puede prescindir en el diálogo de un hijo con el Padre.
Tu oración, Jesús, no tiene ni el más mínimo tinte de evasión, de fuga de la realidad, ni de huída de los conflictos. Todo lo contrario. El contacto directo con el Padre de los huérfanos y defensor de las viudas (Sal 68,6), te impulsa a adoptar en tu vida las mismas actitudes paternas de misericordia, bondad, ternura, comprensión y profundo espíritu de fraternidad.
Tu oración fue el medio para despertar en Ti mismo y en el mundo la inquietud de volver al plan que Dios pensó, viendo en el otro un hermano y en Dios un Padre. Tú encontraste un mundo roto y dividido como el nuestro y una incultura que ahonda sus pilares en la despiadada e insaciable sed de riquezas, honores y placeres. Pero fuiste sembrando la civilización del amor.
Tú oraste y nos enseñaste a decir en la oración: Venga tu Reino. Esta súplica es el deseo de un mundo nuevo cuya ley es el Amor, una cultura nueva, cuyo credo es el amor, una imagen nueva, cuya moda es el amor, unos hombres nuevos cuya fuerza es el Amor.
Algunos, Señor, empiezan ya a gozar de este mundo nuevo:"El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo (Mt 13,44).
"Viviremos el Reino como lo único absoluto y necesario, y lo proclamaremos gratuitamente a tiempo y a destiempo, con la vida y con la Palabra “ (2 Tim 4,2).
Acogeremos así, el mandato de Jesús a todos los hombres:" Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas se les darán por añadidura" (Mt 6,33)
¿Por qué buscamos más las añadiduras que el Reino? ¿Oramos como Tú, Jesús, nos enseñaste a orar?
Madre querida, templo y Sagrario de la Palabra, enséñanos a permanecer unidos al Padre y llevarle a todos los hermanos a la Casa Paterna, donde hay calor y compañía.
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