Prov 23,26; Ez 11,19; Ct 2,14; Dt 6,4
Pongámonos en ambiente de escucha que el Señor quiere hablarnos para abrirnos su corazón y aprendamos a hacer lo mismo, porque qué feo, que una persona hable y la otra persona esté ocupada, o con la mente en otra parte, solo hablándose así misma y todo lo que pasa a su alrededor lo ignora, eso nos pasa en este trajín en el que andamos, andamos en todo y nada.
Por eso lo primero es planear la cita con Dios Padre y dedicarle exclusivamente ese tiempo, y que bonito sería que nuestro tiempo el primero, nuestra primera cita sea con el Padre, que él sea nuestro universo, que sea el primer aliento en la mañana y la luz en nuestro corazón, para darle cada uno de mis pensamiento y toda nuestra atención sea Él.
El papá sabe todo lo que te espera en el día y por lo tanto te ayudará a organizar tu tiempo, lo que tienes que hacer y al final del día podrás agradecer, que habiéndole dedicado un tiempo en la mañana, has podido hacer todo o más de lo que tú querías.
Es cuestión de fe, por ello el Papá ni bien te levantes y aún en vela te ruega: Prov 23,26 Hijo mío, préstame atención y acepta de buena gana mis caminos.
Cuando nos hablas, Padre a través de Jesús, su Palabra se deja sentir en nuestro interior y en tu Palabra se percibe un corazón, un Amor que tiene una preocupación: que Tú mismo quieres infundirnos tu Espíritu, para lograr que nosotros te entreguemos nuestro corazón . ¡Qué diferencia, Señor! Cuando te hablo, Señor, te hablo sobre todo de mi yo, pero es tu Palabra la que me arranca de mi cascarón y me dejas salir a verte en mi interior.
Así te descubro presente, te percibo haciéndome cada vez más uno con tu Amor desde dentro, desde el fondo de la conciencia, ahí donde tú, incansablemente, sigues tendiendo lazos y nos envuelves en tus Palabras como brazos de amor y aprendo a hacer oración, cuando en lo secreto te pregunto por la vida y el amor, por el hombre y su destino, te interrogo sobre nuestro identidad y origen, te cuestiono sobre el bien y el mal, sobre nuestro corazón... y a todo me respondes:
Ez 11, 19 Yo les daré otro corazón y pondré dentro de ellos un espíritu nuevo: arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne,
Para saber cuál es tu proyecto de Amor sobre la humanidad, Padre, es que todos formemos tu Reino de Amor y unidad, de justicia y de paz en que todos tengamos lugar de hijos queridos junto al Hijo querido de tus entrañas y necesito desentrañar contigo, la imagen auténtica de cada hombre, la que tú ves, no la que mis ojos, mi sensibilidad perciben, para aprender a mirarles con tu Amor y hacerlos míos como son tuyos (Jn 17,10).
Quiero escucharte Padre para que le des respuestas a mis pobres preguntas de hombre, creatura tan limitada, pero con un remolino de infinito en mi interior. Padre, si tú eres Dios Amor, no pueden quedar mis preguntas en el vacío de la sin razón (Job 33,31-33), en el callejón sin salida de la duda, en el absurdo de mi propio yo. Mi oración, Padre, unas veces es un pesado caminar con todas mis y nuestras situaciones, dolores, pesares y sufrimientos, hacia ti, Señor, en busca de alivio y descanso para nuestros pasos, sentido e identidad
Ct 2, 14 Paloma mía, que anidas 14 en las grietas de las rocas, 14 en lugares escarpados, 14 muéstrame tu rostro, 14 déjame oír tu voz; 14 porque tu voz es suave 14 y es hermoso tu semblante”.
Señor, necesitamos tu Palabra que cada día reorienta los pasos, que hace de crisol en tanta mezcla que se nos pega. Necesitamos poder responder a ese Amor con que nos rodeas, porque después de tanto recibir ¿qué destino le damos a tanta fuerza de Vida, a tanta fecundidad en semilla?
¿Quién me habla como tú? ¿Quién responde a esas preguntas con tanta proyección? ¿Quién se atreve a ver en mí tanto amor? Sólo tú, que has decidido estar en mi corazón, te haces mi interlocutor en todo momento, hasta cuando de mí no sale sino confusión, queja y dolor. Quiero dejarte escucharte dentro, donde tu voz despierta en nosotros el ansia de amor infinito, de gozo pleno, de vida sin límite ni sombra de muerte.
Dt 6,Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.
No hay nada más desintegrador en la vida que querer atender a dos señores, aprender de dos maestros y seguir a la vez un tratamiento de dos médicos distintos y opuestos (Mt 6,24-34).
Evidentemente, hay combinaciones que son incompatibles. Y en el pensamiento de Jesús hay modos de pensar que son irreconciliables.
La incompatibilidad entre pensar como Dios y pensar como el mundo (Is 55,8-12), implica una sincera revisión de los maestros que inspiran nuestros pensamientos y que no podemos ignorarlos y por su culpa, será desprestigiado el camino de la verdad. No podemos quedarnos como niños en nuestro modo de pensar (1Co 14,20). Es precisa una sincera renovación: "No sigan la corriente del mundo en que vivimos, más bien transfórmense por la renovación de su mente" (Rm 12,2).
La incompatibilidad entre pensar como Dios y pensar como el mundo (Is 55,8-12), implica una sincera revisión de los maestros que inspiran nuestros pensamientos y que no podemos ignorarlos y por su culpa, será desprestigiado el camino de la verdad. No podemos quedarnos como niños en nuestro modo de pensar (1Co 14,20). Es precisa una sincera renovación: "No sigan la corriente del mundo en que vivimos, más bien transfórmense por la renovación de su mente" (Rm 12,2).
Cuando el Señor se adueña de nuestra mente, de nuestro corazón y de todas nuestras fuerzas nos va llevando a un estado de sintonía con El y con su modo de pensar, y sus palabras se van convirtiendo en nuestra emisora favorita en la que a todas horas se transmiten impulsos para una cultura de Vida.
Sintonizar con el Maestro es fácil en la medida que vamos haciendo nuestros sus pensamientos:
"Hijo mío, no te olvides de mi enseñanza...No se aparten de ti la bondad y la fidelidad; ponlas como collar en tu cuello y escríbelas en el libro de tu corazón...Feliz el hombre que ha hallado la sabiduría, dichoso el que adquiere la inteligencia...No existe perla más preciosa y nada de lo que codicias se le puede comparar (Prov 3,1-35).
Esta sintonía se refleja en un corazón atento y estudioso, como lo enseñaban los rabinos en estas palabras: "Hay cuatro tipos de discípulos: El que comprende con facilidad y difícilmente olvida; el que comprende con dificultad y fácilmente olvida; el que fácilmente comprende y fácilmente olvida; el que comprende con dificultad y difícilmente olvida. Su pérdida se cancela con su ganancia".
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