PAUTAS DE ORACIÓN

El objetivo de este Blog es ofrecer a las personas que deseen aprender a orar con la Palabra: Pautas de oración.
Desde nuestro encuentro personal con la Trinidad y con María, deseamos que se contagien y deseen tambien hacer una oración contemplativo - Apostólica, que les lleve a anunciar la Buena Nueva.
Es propio de nuestro Carisma escuchar la Palabra, Asimilarla, Vivirla y Anunciarla.

sábado, 11 de julio de 2009

Hijo todo lo mío es tuyo


Lucas 15,11-31

EL hombre soberbio es el único que se cierra a Dios. Se considera auto-suficiente y bueno, como el hijo mayor del padre del pródigo, mientras la ignorancia vivencial de Dios le mantiene enfermo, inconsciente de su genuino ser y existir. No recibe ni puede dar vida.
Así es Dios con cada uno de nosotros. A todos nos pertenece algo, si bien nada tenemos que no hayamos recibido (1Co 4,7). Nosotros disponemos de ello, porque somos libres, libres de multiplicar los talentos recibidos o de echarlos a perder (Mt 25,15-30).
Cuando más te has alejado de El más fuerte ha sido tu insatisfacción hasta el punto de caer en la desesperación total de una vida sin sentido. Pero has sido alcanzado por su misericordia y has deseado volver a El ¡Es pura gracia de Dios, añorar al Padre, sentir nostalgia del hogar, decidir regresar y decir: Volveré a mi Padre y le diré...! (Lc 15,18). La conversión tiene su punto de partida en ese dolor que sentimos al estar lejos de Dios.
La experiencia del hijo pródigo es la de muchos de nosotros, pero Jesús quiso que creyéramos en el entrañable amor de Dios, aunque nos hayamos PERDIDO por el pecado.
Su perdón son obras que desbordan de alegría y de generosidad y es inmenso el contraste entre la idea del hijo: volver como jornalero, y la idea del Padre: tratarlo como hijo. Con el vestido de fiesta le da una alta distinción; con el anillo le transmite plenos poderes (1Mac 6,15); y con el calzado, lo eleva a ser un hombre libre. El hijo no debe andar más tiempo descalzo como un esclavo.
Pero el hijo mayor desconoce el drama del retorno, la violencia de deshacer entuertos y la dificultad de humillarse a pedir perdón. El es de los que se tienen por justos (Lc 15,1-2), y no puede comprender a los pecadores, y mucho menos tener misericordia con ellos (Lc 7,36-50).
Por eso se enojó y no quiso entrar. Entonces el padre salió a rogarle" (Lc 15,28). El padre sale al encuentro del hijo mayor, como del hijo menor. El no es indiferente a ninguno de los dos, no excluye a ninguno. Pero mientras la reacción del menor es de dejarse amar, la del mayor es de una insensibilidad y dureza de corazón espantosa. ¡Cuántas veces los que estamos aparentemente más cerca del Padre, en realidad estamos más lejos! Estar cerca es tener sus mismos sentimientos y amar “a lo Dios”.
¿No crees que por tu falta de amor entrañable muchos estén fuera del hogar?
Hay una fuerte razón para la alegría: "Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (Lc 15,32b). El pecado nos sumerge en la perdición y en la muerte. Estamos muertos cuando no amamos a Dios, cuando nos alejamos de Él, y en su ausencia caemos en el abismo de la desesperación y el sin sentido. Pero el regreso de la muerte, del abismo, de la soledad y la opción de iniciar una mayor convivencia amorosa con Dios es fuente de alegría. Es lo que debe entender el hijo mayor; y también yo.
Hay verdades que sólo se aprenden cuando rozan con la exageración. Así sucede con la misericordia de Jesús, que supera y sobrepasa toda medida y todo cálculo. Su comportamiento con los pecadores es extremadamente sorpren­dente: Da siempre otra oportunidad. Y la da a quien menos la merece, a un hijo que humanamente no tiene perdón porque se perdió voluntariamente, hasta caer en la más vil ruina y miseria (Lc 15,11-19).
Somos cristianos en la medida que reproducimos en nuestra vida las actitudes de Cristo. Sea quien sea el que está perdido, no podemos marginar, rechazar, ni discriminar a nadie, sin dejar de ser cristianos, pues lo que nos identifica es tener un corazón entrañable con todos como el mismo Jesús que acoge siempre al pecador (Lc 15,31-32):
¡Madre, pon en nuestros labios el cántico de la misericordia de Papá Dios!
"Años y años esperándote llevo
y una vez y otra vez, en esta espera,
Granó el trigo y floreció el almendro
y una vez y otra vez, por si vinieras,
me asomé por las tardes al sendero...
y no obstante seguiré esperando.
Y todavía, mientras que te espero,
procuraré que haya flores en tu campo
y luz en tus auroras y frutos en tu huerto".
(José Mª Pemán)

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