La Palabra es Pan de vida

Isaías 5, 1-3

Una de las cosas que yo he experimentado con mucha fuerza en este tiempo, es que nuestra vida está llamada a dar mucho fruto, frutos de vida, que es pan, alimento, luz para los otros y esto entendido desde un sentido muy amplio. Ante esta realidad, a mí se me viene la imagen de la mujer, que está llamada a vivir la maternidad, sea ésta física o espiritual, en cualquiera de sus formas, yo creo que llega un momento en la vida de una persona en que busca trascenderse, donarse, darse a otro y en esta entrega experimenta su plenitud, experimenta la alegría de dar vida, salud a los otros, pues a esto estamos llamados todos los seres humanos, a poder realizarnos en el Amor.

Yo antes pensaba que había mucha más alegría en el recibir y sí, llega una etapa en la que necesitamos recibir alimento, pan, necesitamos que otro se haga cargo de nosotros, pero también llega un momento en que la misma vida nos pide dar., y no dar cosas, sino darnos a nosotros mismos. Que grande es poder descubrir que los frutos de nuestra entrega no se han improvisado, sino que se han ido fraguando en lo secreto, en lo escondido, ahí es donde Dios, nuestro viñador ha ido trabajando nuestra vida con mucho cariño, amor, ilusión.

Mi amigo tenía un viñedo en un terreno muy fértil.
Removió la tierra, la limpio de piedras y plantó cepas de la mejor calidad.
En medio del sembrado levantó una torre y preparó también un lugar donde hacer el vino.
Mi amigo esperaba del viñedo uvas dulces, pero las uvas que este dio fueron agrias. (Is5, 1-3)

Yo en mi vida experimento que si puedo darme, entregarme a los otros con alegría en lo que yo hago, es porque alguien se entregó y se dedicó a mí primero.

Yo antes esperaba sólo recibir y se me hacía muy difícil darme a los otros, amar, sin embargo ahora experimento que puedo amar, es verdad que mi amor no es perfecto, pero tampoco voy a esperar a ser perfecta para amar, amo desde lo que soy y tengo. Dios me hace capaz de amar, Dios es el viñador de mi vida, que continuamente está removiendo las piedras que hay en mi vida, es él quien me va limpiando y quien va plantando en mi vida las cepas de su Amor.

Sé que a veces mi vida ha dado frutos agrios, pero también reconozco que en otros momentos también han sido frutos que han endulzado el corazón de Dios. Lo más bonito, es que independientemente de los frutos que nuestra vida pueda dar, Dios no deja de trabajar y dedicarse a su viña, es decir, cada una de nuestras vidas.

margarita rodriguez