PAUTAS DE ORACIÓN

El objetivo de este Blog es ofrecer a las personas que deseen aprender a orar con la Palabra: Pautas de oración.
Desde nuestro encuentro personal con la Trinidad y con María, deseamos que se contagien y deseen tambien hacer una oración contemplativo - Apostólica, que les lleve a anunciar la Buena Nueva.
Es propio de nuestro Carisma escuchar la Palabra, Asimilarla, Vivirla y Anunciarla.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Vivamos como hijos amados, elegidos por el Padre, viviendo como Jesus en comunión con El.

Mateo 3,17; Juan 8,27-29

Responder a la llamada a un cambio de vida, de valores, de existencia, sólo puede ser fruto de la convivencia y el roce con el que es y ha sido camino y respuesta para todo hombre: Jesucristo.

Ser un discípulo fiel, supone ser un discípulo orante, atento a la voluntad del Padre así como lo vemos en Jesús. La fidelidad que Jesús nos pide se da en la medida que permanecemos en él, y permanecemos en él en la medida en que nos ejercitamos cada día en escuchar y guardar su Palabra, sus mandamientos (Jn 15). Conocer la Palabra de Dios, asimilarla, escucharla y vivirla es lo que nos va haciendo uno con la Palabra que es Cristo.

Jesús, el Hijo de Dios, necesitó de la oración. ¿Cómo podremos vivir nosotros sin orar? Si Jesús necesitó retirarse, hacer silencio, podríamos cuestionarnos ¿cómo es nuestra calidad de oración, de silencio, de tiempo real delante de Dios?

Permanecer en ti, dejar que tu palabra, tu presencia se grabe como sello indeleble en mi vida, es imposible si no entro, como tú, Jesús, en "la oración de Dios" (Lc 6,12-16).

Tu oración, Jesús, expresa tu dependencia y entrega total al Padre; no te retiras al monte para estar tranquilo, ni para evadirte del mundo que te rodea. La oración se te impone como una necesidad, "tu reino no es de este mundo" (Jn 18,36) y por eso necesitas orar a solas y largamente con tu Padre, "entrar en la oración de Dios", entrar en su pensamiento, en su corazón mismo, conocer de cerca su voluntad, rozar ese corazón que se conmueve y estremece por cada uno de sus hijos (Os 11,7-8).

Cuántas veces no logro entrar en esta "oración de Dios" porque mi oración se apoya en los sentimientos, no logro escuchar tu voz por estar centrado en mí mismo. Cuántos intentos de convencerte de que hagas mi voluntad, de que te adaptes a mis caprichos; cuánto tiempo de monólogo por no entrar en tu pensamiento, en lo que tú proyectas con mi vida.

¿Cuál es el centro de mis diálogos contigo? ¿Es del ejercicio de oración de donde brotan todas mis decisiones?

¿Oro con una actitud de apertura a tus planes, creyendo profundamente que lo que tú quieres es lo mejor para mi vida y para la de todos?

Enséñame a escucharte con un corazón disponible a tu voluntad.

Tu oración, Jesús, nos descubre, como a tus primeros discípulos, una nueva manera de vivir y convivir, y nos despierta una necesidad vital de hablar al Padre como lo haces tú, de esa manera tan íntima y familiar (Mt 6,5-8). Tu trato con el Padre es nuestra primera escuela de oración; de un diálogo tan afectuoso, tan cercano, aprendemos nuestro parentesco más entrañable, más real: somos tus hijos muy amados y , podemos llamar a Dios "Padre". Somos hijos, y somos hermanos de todos los hombres.

Tú esperas que mi vida sea casa de oración, me pones en el mundo como maestro de oración para todos los pueblos (Is 56,7).

¿Hasta dónde, Jesús, mi vida, mi forma de amar, mi apostolado, surgen de esta densidad de relación amorosa contigo? ¿Mi vida de oración despierta en los otros un fuerte deseo de conocerte?

Son tuyos, Jesús, enséñame a cuidarlos en tu nombre, regálame una oración misionera como la tuya, que me lleve, como a ti, a dar la vida por los que pones en mis manos.

El termómetro del ejercicio de oración es el amor que le tengo a las personas que me confías, mi interés por comunicarles lo que tú me has dicho en la oración, mi dedicación a formar en ellos un auténtico discípulo, que ore y enseñe a orar a muchos: "¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes!" (Gal 4,19).

Madrecita Querida, enséñame a interiorizar la Palabra como lo hacías tú, con la fidelidad que tú la guardaste, para poder estar en el mundo sin ser de él, siendo un hijo muy amado por el Padre y fiel discípulo de la Palabra y haciendo a otros discípulos de la Palabra. Contágiame tu oración misionera para rogar por los que el Padre ha puesto en mis manos.

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