sábado, 27 de febrero de 2010
La transfiguración
Primera Lectura: Génesis 15: 5-12, 17-18
Salmo Responsorial: Salmo 27: 1, 7-8, 8-9, 13-14
Segunda Lectura: Filipenses 3: 17- 4: 1
Evangelio: Lucas 9: 28b- 36
¿En cuántos periodos de nuestra vida hemos creído estar despiertos frente a la vida y a todo lo que nos rodea, cuando en realidad hemos estados sumergidos en un profundo sueño? Vivimos en un tiempo en el que es tan fácil auto adormecernos para que erróneamente nos olvidemos de nuestro dolor, nuestras carencias, nuestra falta de amor, nuestra soledad y nuestro pecado. Y así adormecidos vamos por la vida como muertos andantes. Vivimos por vivir. Sin ganas. Sin sueños. Sin sentido. Nuestras relaciones interpersonales son meramente superficiales. Nos cuesta o no sabemos perdonar. Desterramos a Dios de nuestro corazón y nos inventamos otros dioses que nunca llegan a satisfacer nuestro corazón. Y esta insatisfacción nos atormenta, nos aterra, y nos aniquila poco a poco hasta convertir nuestro corazón en un corazón de piedra.
En este segundo domingo de cuaresma, la invitación a despertar de nuestro profundo sueños es bastante clara. En el evangelio de este domingo, Jesús sube a un monte a orar y su apariencia cambia drásticamente; de repente, Moisés y Elías se hacen presentes, y finalmente, desde una nube una voz proclama: “Este es mi Hijo, Mi Elegido; Escúchenlo”. Pedro, Juan y Santiago están con Jesús cuando esto ocurre. Y a pesar de que casi dormidos del cansancio, se despiertan y logran ver y escuchar los prodigios que están ocurriendo en ese momento. Si los discípulos se hubieran quedado dormidos, no hubieran podido ser testigos de esta manifestación de Jesús.
La palabra clave a reflexionar en este caminar de la cuaresma es despertar. Dios nos está hablando al corazón, susurrándonos con dulzura: ¡Despierta! Abre los ojos y descubre cuanto te amo!
Pero ¿cómo mantenernos despiertos en esta sociedad nuestra tan llena de sedantes y falsos dioses? La respuesta incluye dos pasos propios de toda conversión cristiana: Vigilar para mantenernos despiertos y dedicar el tiempo para orar, para hablar con Él. Solo una vida de diálogo con Dios con la Palabra nos ayudará a crear ese balance saludable de todas las áreas de nuestra existencia que nos mantendrán despiertos, tan despiertos que seremos capaces de ver el sin fin de maravillas que Dios ha realizado y continua realizando en nuestras vidas y podremos ver con los propios ojos el inmensurable amor que El siente por nosotros. Seamos como Pedro, Juan y Santiago. Ellos resistieron la tentación de quedarse dormidos.
La Transfiguración nos dice de cómo serán nuestros cuerpos cuando seamos resucitados al final del tiempo y al comienzo de la eternidad, porque en ese momento maravilloso seremos transformados, seremos también transfigurados.
Es lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (Flp. 3,17 - 4,1). Nos habla del momento de cuando vuelva Jesús del Cielo, en que “transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo”.
También nosotros hemos de ser convencidos que no hay resurrección sin muerte, no hay transfiguración sin cruz, no hay gloria sin negación de uno mismo. Justo una semana antes de este milagro, Jesús había dicho, “no sólo a sus discípulos, sino a toda la gente: ‘Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y sígame ... porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?’” (Lc. 9, 23-25).
San Pablo también nos habla sobre el apego a las cosas de esta vida en la Segunda Lectura: los que viven “como enemigos de la cruz de Cristo, acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre ... sólo piensan en las cosas de la tierra”.
Pero, volvamos a la escena del Evangelio. San Pedro, el impetuoso y resuelto, como estaba tan encantado con la visión divina de Jesús, propone quedarse allí, y se apresura a ofrecer construir tres tiendas: una para Jesús, una para Moisés y otra para Elías. “No sabía lo que decía”, nos comenta el Evangelio.
Y ¿qué sucede, entonces? “No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió y ellos al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo”. Por cierto ese “miedo”no es propiamente miedo, sino ese temor reverencial ante la presencia de Dios que sobrecoge. Es la misma nube que en otros pasajes de la Escritura (cfr. Ex. 19 y 1 Re. 8, 10) indica la presencia majestuosa y omnipotente del Padre. Y sólo se oyó su voz: “Este es mi Hijo, mi escogido. Escúchenlo”.
Es decir, en cuanto Pedro propone quedarse en lo agradable de la vida del espíritu, cuando pide quedarse sobre el Monte Tabor gozando de los consuelos espirituales, Dios mismo interviene y le responde diciéndole que escuche y siga las enseñanzas de su amado Hijo.
Porque escuchar a Cristo es seguirlo a Él en todo. Sea en el Calvario y en el Tabor. Sea en las penas y en las alegrías. Sea en los triunfos y en los fracasos. Sea en lo fácil y en lo difícil. Sea en lo agradable y lo desagradable. Sea en los aciertos y en los errores cometidos. Todo, menos el pecado, es Voluntad de Dios. Todo está enmarcado dentro de sus planes. Y sus planes están dirigidos a nuestro máximo bien que es nuestra salvación y futura resurrección al final del tiempo.
Pidamos a María, que nos acompañe en nuestro caminar y seguir fielmente lo que Jesús nos dice en su Palabra, para con Él resucitar.
jueves, 25 de febrero de 2010
Somos frágiles
martes, 23 de febrero de 2010
Hoja de la Escuela
JUEVES: Lucas 4, 3-12; Somos frágiles, necesitamos afianzarnos en la Palabra para vencer la Tentación.
VIERNES: Lucas 22, 31-32; Dios conoce nuestra fragilidad y ora por nosotros.
SÁBADO: Marcos 14,38; Es necesario permanecer en el discernimiento y la oración para no caer
DOMINGO: Génesis 15, 5-12. 17-18; Filipenses 3, 17-4, 1; Lucas 9, 28b-36
LUNES: Efesios 6,10-17; Fortalézcanse en Dios y reciban las armas, que nos harán vencer.
MARTES: Salmo 103, 8-14 Aunque cayéramos el Amor de Dios nos levantará.
Escucha Israel: Yavé, nuestro Dios, es Yavé único
Deuteronomio, 6,4-6
Mc 12,29
lunes, 22 de febrero de 2010
Dios exhorta por medio de nosotros ¡Reconcíliense con Dios!
domingo, 21 de febrero de 2010
Encontré la oveja que se me había perdido
LAS TENTACIONES DE JESÚS
lunes, 15 de febrero de 2010
Soporta las aflicciones, haz obra de evangelista
Me ayudaba hacerme consciente de que, en este rato de oración, me encuentro frente a la fuente del Amor que es Dios mismo; quizá porque aún resuenan en el ambiente los ecos de la celebración de ayer, día del amor y la amistad y en este contexto, me resultaba muy grande, escuchar de parte de nuestro Dios, la invitación de Isaías 55, ven aliméntate, recibe sin pagar trigo y leche que no se agotan, recibe gratuitamente el alimento que sacia las ansias de tu corazón, recibe de mí: el amor, la ternura, la fidelidad, la paz, la compañía, etc. Volvía a reconocer, desde la fe, que el Señor tiene poder para colmar las ansias de nuestro ser y para hacernos surtidores de vida y amor parta nuestro mundo, para el concreto que palpamos cada día.
Nuestro Dios, a lo largo de el ciclo que estamos terminando, nos ha invitado a ser hijos como Jesús y ello implica reproducirle, no tanto externamente, sino en su intencionalidad, sin duda esto repercute, necesariamente, en nuestra vivencia exterior, se trata, pues, de reproducir a Jesús en su deseo de que todos conozcan y amen al Abba, al Padre bueno y que, haciendo esa experiencia de amor, tengan vida en abundancia. Se trata de prender en nosotros la necesidad de que cada hermano conozca, personalmente, el Amor de nuestro Dios. De ahí que esta mañana le pedía al Señor, con mucha necesidad, despierta en mí, en nosotros, nuestro ser misionero; porque tú nos lo has dado, cuando nos has concedido la gracia de conocerte o reconocerte en
Se me hacia muy fuerte constatar, que Dios nos ha constituido testigos cualificados, para ponernos delante de los suyos, habiendo sido lo que fuimos y siendo quienes somos, como señala el evangelio nos ha puesto como luz de las gentes. Me ayudaba escuchar a Dios mismo hablándonos con las palabras de Pablo a Timoteo, en 1Timoteo 4,12b-14:
“Sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio”
Me resultaba muy bonito, encontrar mucha ternura de parte de Dios, estas palabras no son una orden, un mandato coercitivo, frente al cual uno pudiera experimentar rebeldía. Se trata del pedido de un amigo, que desea nuestra felicidad y nos invita a vivir como hijos amados del Padre, siendo testimonio de amor, de fe, de pureza, de una vida en compañía. El Señor nos envía a prepararle el camino; “mientras voy”, mientras tu hermano se abre a mí, persevera en la palabra, aliméntate para tener el alimento a punto, da la palabra que está siendo vida para ti, no descuides el don; el carisma que te he confiad, a través de quienes estaban delante de ti, ahora eres tú quien está al frente de muchos.
Realmente me estremecían estas palabras de Dios, que nos ratifica su confianza, escuchaba que me decía: yo te escogí y no me he echado para atrás, a pesar de ti misma, que muchas veces sientes que no puedes, que no eres digna o que no sabes como llegar a los míos, yo creo en ti y en ti pongo mi esperanza. Ante tales palabras de del Señor, ¿Quién podría decirle que no, quien podría ser indiferente?
El Señor, a través de las palabras de san Pablo nos anima, porque el ser discípulos y misioneros de Cristo en nuestro mundo, no es cosa fácil, en verdad nunca lo ha sido, pues se trata de ir en contra corriente y ello supone la cruz, la persecución. Sin embargo, cualquier sufrimiento vivido por el evangelio no es estéril, redunda en vida, para nosotros y los hermanos.
“tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio”
El apóstol Pablo se pone delante de nosotros como testigo, invitándonos a reconocer que se puede reproducir a Jesús, en su urgencia por transmitir el amor del Padre, en su deseo de hacer que la vida y la libertad alcance a cada hijo de Dios:
Tras escuchar las palabras del Señor y el testimonio de San Pablo, le pedía a
Hna. Pilar
sábado, 13 de febrero de 2010
Ser hijos como Jesús enseñando a amar al Padre
El Padre me ama porque yo doy mi vida para retomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo mismo la entrego. En mis manos esta el entregarla y recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre. Juan 10,17 – Hebreos 1, 1-4
¿Como vives Jesús el proyecto de la encarnación? ¿Donde buscas tu apoyo? ¿A quien buscas la mirada?
“Yo siempre tuve la mirada fija en el Padre porque solo así podía escucharlo. El que ama se hace dependiente de aquello o aquel que ama.
La mirada tierna y cariñosa del Padre saca de ti lo mejor de ti mismo.
Por eso en medio de la tempestad y el zarandeo de las tentaciones, fijar tus ojos en El te transmite una certeza inamovible: sienta que sienta, su amor no me abandonará, me ama tanto que yo se que no dejará que caiga.
Su Mirada saca la esencia de la bondad que tú tienes y te hace ver que el pecado no tiene la última palabra, sino su amor por ti y por todos los que te ha confiado.
Jesús se hace hombre seducido y enamorado por el Padre, porque quiere realizar ese proyecto que desde toda la eternidad había soñado con tu vida.
Jesús se hace hombre para hacer el acto de justicia más noble y grande; complacer al Padre en sus sueños con tu vida: Que tú seas como el Hijo; piensa ¿Quién o qué puede detener el anhelo eterno de mi Padre con tu vida, con la vida de cada uno de los tuyos…de la humanidad entera?
Se hace hombre porque, viéndole hecho hombre vencido por tu amor, puedes reproducir amor.
Se tu hoy como Jesús la complacencia del Padre. Con tu vida muestra el camino de vuelta al hogar a tantos hijos que el Padre añora. Propaga su amor.
viernes, 12 de febrero de 2010
Me rescató, me salvó porque me amaba
Lo que mas me ha ayudado de la escuela es reconocer que Dios va haciendo una historia con nuestras vidas. Una historia que el quiere ofrecer al mundo. Con Jesús, el Hijo predilecto, fue escribiendo la historia de la salvación. Hoy el PADRE nos declara su amor, diciéndonos que toda tu vida, tus alegrías, tus dificultades, tus sueños, tus equivocaciones, tus crisis, tus metidas de pata, tus logros, tus triunfos, tu amor, tu desamor, tu generosidad y tu egoísmos, tus huidas de casa y tus regresos, todo, todo ello es un historia de vida que Dios quiere ofrecer a la humanidad. Si hoy comenzamos nuestra oración con esta perspectiva, como lo dice en Deuteronomio 32:
Lo encontró en el desierto, en la soledad rugiente, y lo cubrió, lo alimentó, lo cuidó como a la niña de sus ojos.
Cuando no lo conocíamos, estábamos como en el desierto, en la soledad total, pero el salió ha nuestro encuentro. Habíamos logrando algunos éxitos pero en medio de la rutina, de los problemas, de las decepciones, en medio de la confusión, muchas veces sin saber quienes éramos y para que estamos en este mundo. Nos rodeó hasta que le dimos una oportunidad, en un retiro, escuela de la palabra, programas de confirmación, reunión de señoras, la persona que te daba la palabra y le escuchamos.
Como un águila cubre a sus polluelos así Él extendió sus alas y lo tomó y lo llevó sobre sus plumas. Solo Yahvé lo guiaba no estaba con el ningún Dios ajeno”.Deut. 32, 10-12.14
Nos cuidó y protegió enseñándonos que somos sus hijos, que nos quiere felices, nos cuidó y protegió enseñándonos la vida de Jesús que nos rescató. Haciéndonos superar nuestros miedos, haciéndonos volar alto, hablándonos al corazón “”Eres mi hijo amado” te quiero viviendo bien, feliz, con unos nuevos valores, los de Jesús: el amor, aprendiendo a reconocer a los hermanos, sacando generosidad de nuestro corazón que se había endurecido por la falta de practica de amar, nos hizo volar enseñándonos que era posible su reino e invitándonos ha colaborar en su construcción.
Y cuando ya estábamos en confianza, sintiéndonos en casa, muchas veces nos fuimos de su lado pero Papá no nos dejo, nos enseñó que su corazón es misericordioso, que poco a poco todas esas idas y vueltas del hogar nos hacían crecer en confianza con él, porque siempre está con los brazos abiertos para acoger a los suyos.
El siempre espera que no nos vayamos pero respeta nuestra libertad. Todo esto hablado con él, compartido con él, reconciliado con él, nos permite decirle a los hermanos: “Aun cometiendo los peores pecados, no dudaría en regresar a los brazos de mi Padre” (versión de santa Teresita del Niño Jesús). Porque mi Padre es bueno y no me separa de su servicio y todo lo que he vivido será alimento para mi hermano que no lo conoce.
Hoy te da el alimento, porque nos ama. Pero como somos hijos hemos aprendido a reconocer su esperanza, de que compartamos la palabra o nuestra vida con los hermanos, esa siempre es su esperanza: “yo confío en ti no temas en dar el alimento a tus hermanos", tienes tanto para dar, compártelo con tus hermanos. La historia de tu vida es mi carta para con mis hijos, tu vida es instrumento de salvación para la vida de muchos.
Hna Katia
miércoles, 10 de febrero de 2010
Vivamos como hijos amados, elegidos por el Padre, viviendo como Jesus en comunión con El.
Mateo 3,17; Juan 8,27-29
Ser un discípulo fiel, supone ser un discípulo orante, atento a la voluntad del Padre así como lo vemos en Jesús. La fidelidad que Jesús nos pide se da en la medida que permanecemos en él, y permanecemos en él en la medida en que nos ejercitamos cada día en escuchar y guardar su Palabra, sus mandamientos (Jn 15). Conocer
Jesús, el Hijo de Dios, necesitó de la oración. ¿Cómo podremos vivir nosotros sin orar? Si Jesús necesitó retirarse, hacer silencio, podríamos cuestionarnos ¿cómo es nuestra calidad de oración, de silencio, de tiempo real delante de Dios?
Permanecer en ti, dejar que tu palabra, tu presencia se grabe como sello indeleble en mi vida, es imposible si no entro, como tú, Jesús, en "la oración de Dios" (Lc 6,12-16).
Tu oración, Jesús, expresa tu dependencia y entrega total al Padre; no te retiras al monte para estar tranquilo, ni para evadirte del mundo que te rodea. La oración se te impone como una necesidad, "tu reino no es de este mundo" (Jn 18,36) y por eso necesitas orar a solas y largamente con tu Padre, "entrar en la oración de Dios", entrar en su pensamiento, en su corazón mismo, conocer de cerca su voluntad, rozar ese corazón que se conmueve y estremece por cada uno de sus hijos (Os 11,7-8).
Cuántas veces no logro entrar en esta "oración de Dios" porque mi oración se apoya en los sentimientos, no logro escuchar tu voz por estar centrado en mí mismo. Cuántos intentos de convencerte de que hagas mi voluntad, de que te adaptes a mis caprichos; cuánto tiempo de monólogo por no entrar en tu pensamiento, en lo que tú proyectas con mi vida.
¿Cuál es el centro de mis diálogos contigo? ¿Es del ejercicio de oración de donde brotan todas mis decisiones?
¿Oro con una actitud de apertura a tus planes, creyendo profundamente que lo que tú quieres es lo mejor para mi vida y para la de todos?
Enséñame a escucharte con un corazón disponible a tu voluntad.
Tu oración, Jesús, nos descubre, como a tus primeros discípulos, una nueva manera de vivir y convivir, y nos despierta una necesidad vital de hablar al Padre como lo haces tú, de esa manera tan íntima y familiar (Mt 6,5-8). Tu trato con el Padre es nuestra primera escuela de oración; de un diálogo tan afectuoso, tan cercano, aprendemos nuestro parentesco más entrañable, más real: somos tus hijos muy amados y , podemos llamar a Dios "Padre". Somos hijos, y somos hermanos de todos los hombres.
Tú esperas que mi vida sea casa de oración, me pones en el mundo como maestro de oración para todos los pueblos (Is 56,7).
¿Hasta dónde, Jesús, mi vida, mi forma de amar, mi apostolado, surgen de esta densidad de relación amorosa contigo? ¿Mi vida de oración despierta en los otros un fuerte deseo de conocerte?
Son tuyos, Jesús, enséñame a cuidarlos en tu nombre, regálame una oración misionera como la tuya, que me lleve, como a ti, a dar la vida por los que pones en mis manos.
El termómetro del ejercicio de oración es el amor que le tengo a las personas que me confías, mi interés por comunicarles lo que tú me has dicho en la oración, mi dedicación a formar en ellos un auténtico discípulo, que ore y enseñe a orar a muchos: "¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes!" (Gal 4,19).
Madrecita Querida, enséñame a interiorizar
lunes, 8 de febrero de 2010
Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿No aceptaremos también lo malo?
Me ayudaba comenzar la oración pidiendo al Espíritu Santo que me enseñe a orar como conviene. Le decía: Señor hazme conocer lo que hay en tu corazón, conocer tu voluntad para con mi vida, en lo concreto de este día. Me ayudaba comenzar así porque reconocía que si no es por el Espíritu no podemos conocer lo profundo del corazón de Dios, siendo que somos solo criaturas frágiles, con una razón limitada. En efecto, entrar en la intimidas de Dios solo es posible por su Espíritu, como lo expresa 1Corintios 2,11-12. Solo el Espíritu de Dios conoce las profundidades de Dios, pero a nosotros Jesús nos ha dado el Espíritu, por ello podemos conocerlo. Realmente, me encontraba desbordada por la delicadeza y el amor de Dios, 1Qué grande, Dios nos hace capaces de conocerle! Y desde Él podemos conocernos a nosotros mismos.
Nuestro ejercicio de oración no es una mera introspección, ni un simple reflexionar acerca de nuestra vida de lo que debemos hacer o no; sino que se trata de dejarnos hablar por el Dios que nos habita; se trata de escucharle decir, quienes somos para Él y lo que espera de nosotros. Disponernos a orar, entendía, es ponernos ante el Padre como la palabra dice que fue la actitud de Jesús: “Aquí vengo, oh Dios para hacer tu voluntad” Hebreos 10.7. Contemplando a Jesús pronunciando estas palabras reconocía en él no una actitud pasiva, ni la actitud del que se rinde porque no le queda más remedio ante el poder de su “superior”, en Jesús su actitud de obediencia es abandono, que no es más que un sinónimo de confianza radical en la bondad del Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos, sobre justos y pecadores. Jesús sabe que el Padre es digno de confianza.
Esta mañana, Jesús nos invita a entrar en su experiencia de confianza con el padre, a reconocer que Dios es más sabio que nosotros y que sabe lo que nos conviene; así lo expresa la palabra en 1Corintios 10.23: “¿Somos acaso más fuertes que él? "Todo es lícito", mas no todo es conveniente. "Todo es lícito", mas no todo edifica.”Frente a estas palabras de Jesús tenía que reconocer que muchas veces en los concreto de la vida, nos ponemos ante Dios como quienes ya sabemos lo que nos conviene y ello se refleja en que vivimos poco el discernimiento, consultamos poco las cosas de Dios, nos sentimos seguros de lo que hemos aprendido en la experiencia de la vida, nos confiamos de los criterios que hemos recibido, “sabemos que hacer”; pero no pocas veces, la realidad nos muestra que hemos errado en nuestras decisiones, que necesitábamos del consejo y la orientación de Áquel, que es más fuerte y sabio, que necesitábamos de la guía de nuestro Dios, sin el cual, “la barca de nuestra vida” va zarandeada por los vientos, que muchas veces son contrarios-.
Dios sabe lo que nos conviene y de nuestra parte está el ir ganando en confianza con Dios. Muchas veces me preguntaba, ¿Cómo creer en la bondad de Dios, al punto de abandonarnos a su voluntad sin reservas? Tengo que reconocer que muchas veces esperamos que se genere en nosotros el sentimiento de confianza, para recién lanzarnos a dar el paso; pero el camino es al revés, se trata de lanzarnos y tras de haber dado el paso podemos experimentar que Dios no falla. Moisés no vio el mar abierto y recién se atrevió a cruzarlo, sino que se adentro al mar y entonces el mar se abrió, del mismo modo nuestra madre María dijo primero que sí y luego se encontró con Isabel y cantó su magníficat. La confianza en Dios no es un sentimiento que nos viene de la nada sino que crece en la medida que nos arriesgamos a hacer su voluntad, aún sin tener completa claridad de hacia donde vamos, pues sabemos que con Él y de su mano no hay nada que temer.
Mientras escucho de Dios estas palabras, le ruego al Señor: Mi Dios, auméntame la fe, yo creo, pero ayúdame porque mi fe es poca; Señor que te conozca como tú eres de verdad y no proyecte en ti una imagen falsa que me haga temerte. Señor auméntanos la fe para creer que aún en medio de lo que nos resulta contradictorio, lo que nos es doloroso, lo que nos cuesta amar, tú estás obrando salvación, para nosotros y para muchos que quizá no conocemos. Sólo desde lo que iba conversando con el Señor iban cobrando sentido las palabras de Job, que nos invita a pronunciar en este día: Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?".
No se trata de aceptar el mal por el mal, sino de encontrar el sentido en el aparente mal, de reconocer de qué modo está actuando la salvación de Dios, en medio de aquello que por si mismo no tiene sentido y hasta parecería injusto viniendo de Dios. La actitud de la mujer de Job, es la propia de quien no ha conocido al abba de Jesús, de quien no ha hecho experiencia de la bondad u providencia del Padre, por eso sus palabras son ligeras: “¿Todavía vas a mantenerte firme en tu integridad? Maldice a Dios y muere de una vez".
No obstante Job, que ha vivido de cara a Dios, que ha practicado la misericordia y la generosidad a lo largo de su vida, reconoce que si él siendo una pobre criatura, ha sido capaz de amor y fidelidad, si él ha sido capaz de defender el derecho del oprimido, cómo Dios va a ser menos generoso, menos fiel, menos misericordia. Job sabe que por encima de las evidencias, de lo que siente en su carne como mal, Dios está obrando salvación, de ahí que le responde: "Hablas como una mujer insensata. Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?". En todo esto, Job no pecó con sus labios.(Job 2,10) Job se abandona en Dios y acepta pasar por el dolor, pero no deja de buscar razones, de buscar un sentido para lo que vive, lo que salva a Job es que sigue en relación con su Dios y por ello puede reconocerle redentor.
La experiencia de fe cristiana está lejos de la resignación y de la pura conformidad, hay un sentido incluso para el sufrimiento, los grandes y los pequeños de cada día. Este sentido está en Dios y sólo Él nos lo puede revelar.