PAUTAS DE ORACIÓN

El objetivo de este Blog es ofrecer a las personas que deseen aprender a orar con la Palabra: Pautas de oración.
Desde nuestro encuentro personal con la Trinidad y con María, deseamos que se contagien y deseen tambien hacer una oración contemplativo - Apostólica, que les lleve a anunciar la Buena Nueva.
Es propio de nuestro Carisma escuchar la Palabra, Asimilarla, Vivirla y Anunciarla.

martes, 27 de octubre de 2009

Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos

Jeremías 31, 7-9; Hebreos 5, 1-6; San Marcos 10,46-52

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.» El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

Las lecturas de hoy tienen un delicioso sabor de alegría. Es el gozo del pueblo que vuelve a casa, en la primera lectura; es la solemne ventura del llamado al sacerdocio, en la segunda lectura; es la felicidad desbordante del ciego curado en el evangelio.

Y es que el Evangelio mismo lleva escrito en su propio nombre la alegría, porque es "buena noticia". ¿Cuál es la Buena Noticia? Que tenemos a Emmanuel, a "Dios-con-nosotros", y esa alegría la percibimos y la proclamamos con más fuerza cuanto mayor era nuestra urgencia de ser salvados, de ser curados, de ser guiados, de ser liberados. Esto explica bien quiénes son y quiénes serán los que primero descubran las riquezas del mensaje y la persona de Jesucristo.

A veces tenemos dificultades de alcanzar la alegría y nos parecen especialmente agudas en nuestros días. Y esta es la razón de nuestro mensaje. La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tienen otro origen. Es espiritual. El dinero, el confort, la higiene, la seguridad material no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos.

O ¿Será que nos sentimos impotentes para dominar el progreso industrial y planificar la sociedad de una manera más humana? ¿Será que el porvenir aparece demasiado incierto y la vida humana demasiado amenazada? ¿O no se trata más bien de soledad, de sed de amor y de compañía no satisfecha, de un vacío mal definido?.

A veces bien cerca de nosotros, el cúmulo de sufrimientos físicos y morales se hace oprimente: ¡tantos hambrientos, tantas víctimas de combates estériles, tantos desplazados! Estas miserias no son quizá más graves que las del pasado, pero toman una dimensión planetaria; son mejor conocidas, al ser difundidas por los medios de comunicación social. Sin embargo, esta situación no debería impedirnos hablar de la alegría, esperar la alegría. Es precisamente en medio de sus dificultades cuando nuestros contemporáneos tienen necesidad de conocer la alegría, de escuchar su canto. Ellos deben estar presentes más que nunca en nuestras oraciones y en nuestro afecto.

Nos hemos acostumbrado a meditar en la alegría que Jesús nos trae, porque nos sana, instruye, libera y alimenta. Hoy es un buen día para reflexionar también en la alegría misma de Jesús.

La mayor felicidad de Jesús es ver la acogida que se da a la Palabra, la liberación de los posesos, dar la vista a los ciegos, la conversión de una mujer pecadora y de un publicano como Zaqueo, la generosidad de la viuda. El mismo se siente inundado por una gran alegría cuando comprueba que los más pequeños tienen acceso a la Revelación del Reino, cosa que queda escondida a los sabios y prudentes. Sí, "habiendo Cristo compartido en todo nuestra condición humana, menos en el pecado", él ha aceptado y gustado las alegrías afectivas y espirituales, como un don de Dios.

Para el cristiano, como para Jesús, se trata de vivir las alegrías humanas, que el Creador pone a su disposición, en acción de gracias al Padre.

Esta certeza es inseparable de la conciencia de Jesús. Es una presencia que nunca lo abandona. Es un conocimiento íntimo el que lo colma: "El Padre me conoce y yo conozco al Padre". Es un intercambio incesante y total: "Todo lo que es mío es tuyo, y todo lo que es tuyo es mío". El Padre ha dado al Hijo el poder de juzgar y de disponer de la vida. Entre ellos se da una inhabitación recíproca: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". En correspondencia, el Hijo tiene para con el Padre un amor sin medida: "Yo amo al Padre y procedo conforme al mandato del padre". Hace siempre lo que place al Padre, es ésta su "comida". ¿Y la nuestra? ¿Es una relación personal con Jesùs?

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