Esta mañana al empezar la oración partía de una súplica al Señor, dame la gracia del encuentro contigo, que este rato sea algo más que buscar lo que quieres que yo viva en este día permíteme buscarte a ti, con necesidad, como el ciervo sediento va tras las fuentes en las que puede saciar su sed. (Salmo 42, 1) Acercarme a ti, por ti mismo y no por las cosas que me das; aunque tú me hayas dado derecho a ellas, como son la paz, la confianza, el amor, que siempre encuentro en ti, tan gratuitamente.
Encontraba la necesidad de pedir a Dios esto último, porque me encontraba muy cogida por una lectura, que hice a lo largo del día de ayer y que hablaba de cómo Dios puede transformarse en una cosa, para los que practicamos una determinado religión y cómo, pensando que creemos en Dios podemos ser idolatras y terminar honrando a un Dios hecho a nuestra imagen y semejanza, De ahí que le pidiera a Dios encontrarme con él, mi Dios vivo, real, aquel del que tiene sed nuestra vida.
Esta semana se nos invitaba en la escuela, a vivir conforme a lo que nos corresponde en tanto ya hemos sido rescatados de nuestra vida inútil, por medio de la entrega de Cristo; vivirnos como hijos de la luz, como hombres y mujeres resucitados y hoy la palabra nos invita a no bajar la guardia, en Romanos 13, 11-14:
Comprendan en qué tiempo estamos, y que ya es hora de despertar. Nuestra salvación está ahora más cerca que cuando llegamos a la fe.
Me ayudaba encontrar de parte de Dios que comprender el tiempo en el que estamos no es sólo mirar y reconocer las circunstancias de nuestro mundo, ni siquiera aquellas que vivimos de modo particular cada uno, solamente, Comprender va por el lado de permitirle a Dios interpretarnos su voluntad en medio de lo que nuestro mundo y nosotros vivimos, implica disponernos a la escucha al Dios que habla a través de su palabra, de las circunstancias y de las personas; a través de lo que menos esperamos y por quien menos pensamos, Dios habla; pero necesitamos aprender a escuchar y ello muchas veces no es tarea fácil, pero no estamos solos, nuestra salvación está cerca, el Dios que nos salva no se distancia de nosotros. No es que debido a que seamos mejores personas Él se nos ha acercado, sino que por cuanto hemos empezado a creerle, a poner nuestra confianza en Él ahora podemos reconocerle cerca.
Es cierto que muchas veces la oscuridad en nuestro entorno es densa, hay muchas situaciones que no nos permiten ver la luz de Dios, algunas veces son situaciones externas, peor no pocas veces la oscuridad proviene de nosotros, estamos faltos de reconciliación con los hermanos, instalados en nuestra mediocridad, en la desesperanza, en el miedo, en la desidia o la pereza, en el conformismo, la falta de fe o el orgullo; pero más allá de todo. Está cerca el día, nuestro día, la claridad que es Dios mismo, su presencia que nos sana, nos resucita se acerca a nosotros
“La noche va muy avanzada y está cerca el día: dejemos, pues, las obras propias de la oscuridad y revistámonos de una coraza de luz”.
Tras esta invitación a revestirnos con una coraza de luz entendía, revístete Cristo, de su amor, su fe, su esperanza: revístete y ello implica hacer una opción por Dios en este día, disponernos a la humilde conversión diaria, de la que nos hablaron en la escuela, supone hacer la opción por dejar a Dios ser Dios en nuestra vida y ello, sin duda, ha de traducirse en nuestra vida:
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