PAUTAS DE ORACIÓN

El objetivo de este Blog es ofrecer a las personas que deseen aprender a orar con la Palabra: Pautas de oración.
Desde nuestro encuentro personal con la Trinidad y con María, deseamos que se contagien y deseen tambien hacer una oración contemplativo - Apostólica, que les lleve a anunciar la Buena Nueva.
Es propio de nuestro Carisma escuchar la Palabra, Asimilarla, Vivirla y Anunciarla.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Feliz la persona que vive su fe en el Señor

1ª Lectura: Apocalipsis 7, 2-4.9-14; 2ª Lectura: 1Juan 3, 1-3;

Evangelio: Mateo 5, 1-12ª

Salmo: 23, En el salmo "los que buscan al Señor". La santidad es presencia de Dios, y por eso es primero búsqueda de Dios. Podemos decir que un santo es aquel que ha sido consecuente y perseverante en su búsqueda de Dios. Pecar es dejar de buscar; el gran pecado es "estacionarse", sentarse al borde del camino y dejar de buscar.

Esto significa que nuestras faltas y caídas de cada día no deben desesperarnos, porque precisamente lo único grave, lo único irreparable es la desesperación. Es ella la que pretende estacionarnos y detenernos. Pedro traicionó a Jesús; Judas traicionó a Jesús. Sin embargo, Pedro no se estacionó, no se quedó en su pecado; Judas, hasta donde sabemos, sí. Por eso Judas perdió la gracia del apostolado; Pedro, no.

Si miramos a la muchedumbre del día de hoy, la muchedumbre de los santos que han "buscado al Señor", a través de la imagen del Señor de los Milagros, otra enseñanza nos queda clara: los caminos de la búsqueda son múltiples. La caridad, la penitencia, la predicación, el martirio, la oración escondida, la denuncia profética... ¡cuántos caminos diversos tienen sin embargo un mismo destino: la bienaventuranza! Esto quiere decir que cada uno y cada una de nosotros puede y debe buscar y encontrar su camino, sin dejar de buscar y encontrar al único que es Camino, es decir, Jesucristo.

Celebramos hoy la fiesta de todos los santos. Santos son los hijos de Dios, con palabras de la segunda lectura, que se han hecho semejantes a él.

Tradicionalmente mañana vamos al cementerio con la intuición de que muchos de nuestros familiares estén entre esos santos.

Lo primero que atrae nuestra atención en este día es la contundente manifestación del bien. Estamos acostumbrados a que el mal haga espectáculo. El mal es notorio y llega a volverse notable, y nuestra mente quizá ha llegado a acostumbrarse a eso. La primera lectura cambia este hábito de nuestra mente: "una muchedumbre que nadie podría contar" (Ap 7,9). Después de todo, el bien también existe; está entre nosotros.

En esa muchedumbre el vidente del Apocalipsis encuentra gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación. Tal vez estamos acostumbrados a pensar la salvación en términos de élites y de exclusiones: los del primer mundo tienen un nivel de vida, y los del tercer mundo, otro; los ricos gozan lo que no pueden disfrutar los pobres; los educados y los incultos, los sanos y los enfermos. Siempre parece que la salvación y la felicidad son para un grupo cerrado que deja excluido al resto. La alegría del Apocalipsis es distinta; en ella la exclusión ha sido excluida.

La muchedumbre de la tierra se une a la muchedumbre del cielo. Pensábamos que luchábamos solos, que sufríamos solos, que no teníamos más compañía que nuestras propias ideas y recursos. De repente, el velo se corre y vemos que estamos y que siempre estuvimos acompañados. Millares de ángeles se gozan en el mismo Dios nuestro, y nuestro gozo es su mismo gozo.

¿Por qué son santos? Porque han vivido heroicamente las virtudes cristianas, porque han vivido los valores de las bienaventuranzas, que escuchábamos en el evangelio. Las bienaventuranzas son, a la vez que el motivo de santidad de todos los santos, el camino de la santidad para todos nosotros. Las bienaventuranzas de Cristo es brújula de santidad para nosotros.

Dichosos los pobres de espíritu, los que son sencillos y humildes; los que, por no tener, es más fácil que confíen en Dios que los que tienen. Se puede ser más feliz viviendo la pobreza de espíritu que estando esclavo del espíritu de riqueza, que estando pendiente del tener, el poder y el gozar.

Dichosos los sufridos, los que tienen capacidad de aguante ante las adversidades, y no responden con violencia a los contratiempos de la vida y de la convivencia.

Dichosos los que lloran. Esta bienaventuranza es señal de lo que son todas: un compuesto de cruz y gloria, de dolor y de dicha. Decía la primera lectura: Estos vienen de la gran tribulación, han lavado sus mantos en la sangre del cordero. Llegaremos a la gloria del cielo, pero hay que pasar por la cruz; llegaremos a la dicha de las bienaventuranzas, pero hay que pasar también por el dolor.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, dichosos los que quieren que la voluntad de Dios se cumpla; la justicia es lo que se ajusta a la voluntad de Dios. Que todos los hombres se salven; nuestra mayor felicidad, más que si nos dedicamos a cumplir nuestra caprichosa voluntad, hacer que la voluntad de Dios se cumpla a través de la predicación de la Palabra.

Dichosos los misericordiosos, los que son capaces de abrirse a la misericordia de Dios reconociendo las propias miserias, los que experimentan lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, porque serán capaces de llevar ese amor a todos. Se puede ser más feliz siendo comprensivo, siempre, con los pecados y las miserias de los demás que "llevando cuentas del mal", porque el amor no lleva cuentas del mal, olvida las ofensas.

Dichosos los limpios de corazón. Esta bienaventuranza viene a ser una condena de las falsas purezas, las de quienes tienen todo limpio menos el corazón; las de quienes están dedicados a ser buenos pero no tienen tiempo de hacer el bien. Dichosos los limpios de corazón quizá quiere decir: Dichosos los que todavía mantienen la inocencia y se puede ser más feliz manteniendo la inocencia primera que siendo un desconfiado de todo para que no te la den. Quizá la vida consiste en recuperar la inocencia a través del Amor a los hermanos.

Dichosos los que trabajan por la paz. Dichosos los pacificadores, los que se dedican a la reconciliación más que a la división. Dichosos los que declaran la guerra a las formas ficticias de paz, que esconden injusticias o faltas contra la verdad. Se puede ser más feliz viviendo reconciliados con Dios, con uno mismo y con los demás, que viviendo enemistados y divididos.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. Dichosos los que son coherentes con su fe y con los valores del evangelio. Dichosos los que, por ser fieles a la voluntad de Dios, encuentran dificultades es su vida. La felicidad de quien es coherente hasta el final es una paz que se debe conquistar superando cualquier dificultad. Se puede ser más feliz siendo coherente con lo que se cree que dejando que la fe no se manifieste en las decisiones de la vida diaria, aunque eso te complique un poco la vida.

Estas bienaventuranzas nos anticipan en el banquete eucarístico. El Cristo que comulgamos hoy es el mismo Cristo que nos recibirá en la gloria; el mismo que se dará como alimento dulcísimo en el cielo, para regocijo de ángeles y hombres. Aprender a comulgar es un ejercicio de cielo. Una misa bien vivida es una escuela de alegría, de alabanza y sobre todo de gratitud.
María, eres la primera Santa, que nos enseña a hacer la voluntad de Dios, ruega por nosotros, para ser cada día santos como nuestro Padre celestial quiere.

Julia

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